Cualquier proyecto, grande o pequeño,
es responsable de aportar a la ciudad
el área verde y el paisajismo
que neutraliza el espacio construido.
Según el Génesis, Dios creó el jardín del edén, un lugar que simbolizó el orden y la armonía y que ha inspirado a escritores, poetas y artistas con la visión de un mundo más perfecto que el suyo.
El jardín del edén nunca ha sido descubierto, pero su ideal persiste en la memoria y tal vez, como lo apunta el historiador John Prest, la incapacidad de encontrar el paraíso perdido fue la que marcó en Occidente los inicios de los jardines botánicos”.1
En el proceso de evolución de Medellín, y en razón de su localización geográfica, su altitud y condiciones climáticas privilegiadas, cabe pensar en el parque urbano que no entró en consideración durante su planeación, como lugar de esparcimiento y oasis verde tan necesario en cualquier ciudad.
El espacio lleno y vacío, que por ser partes opuestas de un mismo conjunto, tienen igual importancia, se ha desbalanceado a favor del lleno. Tan importante es el espacio construido que nos cubre como aquel espacio libre hacia el que miramos. La función del interior debe tener relación con el exterior.
El paisaje urbano se compone tanto de sus edificaciones como del espacio público, donde las calles, las aceras, el amoblamiento urbano, entre otros, hacen parte del entorno. Pero lo más importante estaba antes de que el hombre pensara en sus aportes: el panorama dibujado por los árboles, los jardines, el azul del cielo, el viento, el sol y el agua. Sin embargo no le damos al espacio natural el lugar que merece y se aumentan las construcciones indiscriminadamente, en detrimento del paisaje.
“Cuando centros comerciales reemplazan al espacio público como lugar de encuentro, es síntoma de que una ciudad está enferma” 2. Al respecto es alucinante ver como un centro comercial se implanta en un sito que antes se llamaba La Aguacatala e invade prácticamente con su mole el nuevo puente que pasa a su lado. Esto tiene que ver también con el ritmo acelerado en el que se erigen las construcciones y que obedecen principalmente a intereses económicos.
Por ahora nos hemos salvado de proyectos como el de un segundo piso vial para Medellín, propuesto para “descongestionar” el flujo vehicular, financiado en parte con un peaje para quien pudiera pagarlo, olvidando que debajo de ellos se crean espacios oscuros y frecuentemente mal utilizados con ventas ambulantes, graffitis, basuras, etc. No hemos podido evitar otras construcciones, como el Parque de San Antonio que debió ser más parque que plaza en un sector que lo necesitaba y ya estaba afectado con el trazo de la Avenida Oriental.
La Plaza de Las Luces ha reemplazado lo que pudieron ser árboles, por postes y quizás las nuevas generaciones nunca se enteren de que ésta, alguna vez, fue La Plaza de Cisneros donde anteriormente bajaban madrugados los silleteros a vender sus flores. Sólo el edificio del Ferrocarril de Antioquia es testigo mudo de la transformación que tuvo su vecino.
Un parque para la ciudad no debe pensarse como un espacio forzado o sobrediseñado según las modas pasajeras. Además de proporcionar disfrute a la comunidad, su función contribuye a la ecología, a la salud pública, baja la contaminación, aporta al cambio climático, ayuda a disminuir la explotación indiscriminada del suelo y su resistencia. Los parques urbanos pueden llegar a ser una gran red que se teja entre los barrios de todos los estratos, el comercio, los edificios públicos y privados, las calles, las esquinas. Un lote baldío o una construcción en mal estado significa la oportunidad para crear un pequeño parque. Cualquier proyecto, grande o pequeño, es responsable de aportar a la ciudad el área verde y el paisajismo que neutraliza el espacio construido.
No son solamente las canchas o espacios destinados al deporte, los que deben conformar un parque. Se necesitan grandes áreas de césped, árboles, agua, senderos peatonales, flores, además de un amoblamiento urbano que permita oír un concierto al aire libre o tomarse un refrigerio, leer, conversar, jugar, caminar o simplemente contemplar el paisaje. En cierta forma las ciclovías han venido a compensar –el día domingo– esta necesidad.
Existen en Medellín muchos aportes para la recuperación del espacio como es el Jardín Botánico, un ícono en la ciudad; la cárcel de La Ladera convertida en Parque Biblioteca; el Museo de Antioquia, entre otros. Todos ellos contribuyen a la progresiva rehabilitación de sectores deprimidos. Tenemos un pasado, una memoria urbana que en muchos casos es recuperable y en otros, dará paso a nuevas y necesarias soluciones. Rodearse de un ambiente bello y natural aporta calidad de vida como se puede ver con los nuevos Parques Biblioteca, El Metro Cable, los nuevos colegios desarrollados en el Taller de La Ciudad y muchos otros que vendrán con los Proyectos Urbanos Integrales (PUI).
En los preparativos para la asamblea del BID vimos hombres sembrando, limpiando y cuidando la ciudad como la mejor muestra de nuestros recursos humanos y naturales. Estos ejemplos nos llegan de otras culturas y ciudades donde es prioritario el tema del desarrollo con relación a su medio ambiente, lo que demuestra su grado de civilización. De nosotros depende que esta imagen perdure; somos floricultores por tradición y la variedad de especies en flora y fauna son razón de orgullo, por algo somos la ciudad de la Eterna Primavera.
La arquitectura del paisaje es imprescindible a la hora de realizar un proyecto. Paisajistas, arquitectos, constructores, docentes, departamentos del medio ambiente y oficinas de planeación, están comprometidos a promover y apoyar las propuestas más respetuosas con la naturaleza.
No se puede negar que el mantenimiento de áreas verdes implica trabajo y vigilancia para evitar el vandalismo y propiciar la seguridad de sus visitantes. Pero la contemplación del paisaje, el disfrute de zonas verdes y aire libre, no puede ser un privilegio de pocos, es una necesidad de todos y si es verdad el enunciado de Aristóteles que “El Arte Imita La Naturaleza” es porque el ideal es benéfico y deseable.
Por Ana María Zapata Caicedo
Arquitecta
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1 García Ripio, María José. “El Jardín del Edén”. En: The Atlas of Legendary Places. Marshall Editions, Vol. 1. Barcelona. 1989. pp. 1, 17.
2 Peñalosa, Enrique. “Las ciudades no van bien”. Revista Urbana No. 37. Junio 2008. pp. 78-82.
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