Juan Carlos Restrepo, editor de Tragaluz, en la oficina. |
Vinieron a Tragaluz con la intención de conocer los pormenores del trabajo editorial. Son académicos de una universidad en Medellín, y tienen en mente abrir un posgrado en Edición. Una sola pregunta fue suficiente para animar el diálogo y hacer una reflexión sobre nuestro oficio: ¿qué necesita aprender alguien que quiere dedicarse a editar libros?
Juan Carlos, el editor de Tragaluz, fue profesor en un posgrado similar, y no tuvo una buena experiencia. Según contó en la reunión, dio clases a aproximadamente quince estudiantes, y la mayoría de ellos tenía una idea vaga o distorsionada de lo que significa ser editor. Muchos creían que su trabajo se limitaba a recibir textos, evaluarlos, corregirlos, y luego enviarlos a un diseñador que los diagramara y dejara listos para publicar. Les parecía que todo lo que no correspondiera a alguna de esas etapas era innecesario en su formación.
“Querían especializarse en edición, pero trece de los quince estudiantes se mostraban apáticos ante cuestiones elementales como el estudio de todas las partes de un libro, o las formas que tiene el editor para favorecer el encuentro de la palabra y los lectores. Sólo buscaban herramientas que les permitieran mantener revistas académicas, boletines institucionales, o publicaciones de ese estilo. Les interesaba más publicar que editar, cuando la recompensa de este trabajo no es tanto el resultado como el proceso mismo”, dice Juan Carlos.
Áreas de formación editorial, según Juan Carlos |
Entonces abrió su libreta sobre la mesa, y les mostró a los académicos que nos visitaban un organigrama con las áreas en las que debe prepararse quien quiera dedicarse al mundo de la edición.
Según Juan Carlos, trabajador de lo editorial desde hace 25 años, lo principal es la sensibilidad ante el lenguaje -el aspecto creativo- y eso difícilmente puede enseñarlo la universidad. “En la universidad puede afianzarse y pulirse la vocación de editor, por supuesto, pero no enseñarse, como se enseñan los datos o las fórmulas. El que quiera especializarse en esto es porque a lo largo de su vida ha tenido una relación estrecha con los libros, y porque disfruta al aprender todo lo relacionado con ellos. La academia, en ese sentido, le ofrecerá conocimientos adicionales, será una guía, pero es probable que él, por su propia experiencia, ya sepa o intuya lo esencial antes de ingresar a estudiar en ella”.
Pilar, la directora de Tragaluz, estuvo de acuerdo con él: “El editor nace. Para aprender a hacer su trabajo no necesita cursos de hermenéutica o de análisis literario. Por todo lo que ha leído, el aspirante a editor ha formado un criterio, identifica lo que es valioso para otros lectores, y siente el deseo de compartirlo con ellos de la mejor manera. Pero está claro que es fundamental una formación sobre la sensibilidad estética, y por eso es importante que la universidad defina un plan de estudios que aporte a su pasión y a sus intuiciones, no que las compliquen”.
Con el gráfico que preparó, Juan Carlos les propuso a los académicos concebir la edición como un proceso cultural amplio. Para publicar un libro en Tragaluz, por ejemplo, hemos contado hasta 120 procesos desde que conocemos el escrito original hasta que llega en forma de libro a manos del lector.
Hacer libros es un trabajo en equipo -o así debería ser- que involucra a muchos actores: escritores, editores, diseñadores, ilustradores, impresores, encuadernadores, comunicadores, abogados, distribuidores, libreros, etc. Cada uno aporta lo suyo para que autor y lector puedan conversar a través del libro. Aspectos que en apariencia son insignificantes, como la disposición de las márgenes, el color de la tinta, o el tamaño del libro, son discutidos por todo el equipo editorial, siempre proyectándose hacia la experiencia que tendrá el lector, y respetando la esencia del escrito. Es el editor, con discreción absoluta, quien se encarga de dirigir todo ese proceso, y por eso debe conocerlo y aprender lo básico de cada una de sus etapas. La universidad es pertinente si ayuda a estudiarlas.
Además, las universidades pueden asumir un nuevo reto: investigar las nuevas maneras que existen para que una obra llegue a los lectores. En ese campo hay mucho potencial, la aplicación de las nuevas tecnologías (en formato, diseño, impresión, distribución, etc.), puede descubrir rutas novedosas en la manera como entendemos los libros, y la academia es un buen lugar para liderar esa búsqueda.
Aprovechamos la visita para hablar sobre lo que nos gusta hacer. Opinamos sobre lo que nos parece importante aprender para hacer un trabajo editorial comprometido y riguroso. Los académicos agradecieron y siguieron su recorrido por otros proyectos editoriales de la ciudad. Cuando se fueron, compartimos la sensación de que la universidad puede ser pertinente en la formación del editor, pero que sin duda lo más importante es algo que no enseña nadie: el amor por la palabra.
Mediavuelta
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